Fundamentalismos culturales y crisis de la representatividad colectiva

En los años noventa  se declara un “nuevo orden mundial”: el fin de la historia, que implica un retiro de lo colectivo a lo privado, poner a los tecnócratas a cargo y  sustituir a las luchas políticas y a la organización colectiva por la justicia, por luchas fragmentadas en el contexto del declive de las instituciones colectivas, la lucha por los derechos humanos y la apatía ante el sistema de partidos. 

Con este nuevo orden, surge una nueva esfera sensible en la que predomina la culturalización de la política. Con ello me refiero al posicionamiento de la contracultura como una manera de retar las formas hegemónicas simbólicas para luchar por dar visibilidad y voz a los que no la tienen, abriendo camino para el reconocimiento y la igualdad de derechos. Debatiblemente, estas prácticas (ejemplificadas por luchas de comunidades que buscan visibilidad y reconocimiento con base en especificidades culturales) constituyen una forma de privatización de la política. Si bien lograron que la diferencia fuera tolerada y la diversidad bienvenida, ello ocurrió dentro de un sistema de domesticación cultural, mas no como oposición al sistema mismo. En otras palabras, el antagonismo fue reemplazado por la tolerancia a la diferencia cultural, la cual sufre una constante apropiación e integración, transformando la diferencia cultural en indiferencia política. 

A la par, en el nuevo orden la política se convirtió en simulacro y mercancía, escamoteando el hecho de que los tecnócratas terminaron por actuar en nombre de los intereses de la oligarquía. Hoy en día, protestas como Black Lives Matter o la marcha feminista, ambos movimientos centrados en demandas de resarcimiento dentro de una visión identitaria de la política o la identidad como campo del militantismo “woke”, existen como espectáculos masivos habiendo trasladado  la política a los ámbitos culturales, académicos, simbólicos y digitales. 

En cierto sentido, hoy en día todo es político y está politizado, pero impera la negación del cambio climático y el calentamiento global, ya que el tema del “medio ambiente” está relegado a esferas completamente ajenas a las demandas políticas afincadas en las identidades y en la diversidad. 

Si en décadas pasadas la sociedad civil se convirtió en un actor político cabildeando por temas privados concretos, hoy, la esfera de la acción política se activa en instituciones culturales y educativas, en redes sociales y medios masivos de comunicación y se traduce a discursos populistas en el ámbito político,  en el cultural y en el académico, a la censura y auto-censura, a los “sensitivity readers”, a la cancelación y denuncia de profesores o la enseñanza considerada como “ofensiva”, a ataques descalificatorios y cancelación de eventos o exposiciones en detrimento del diálogo. 

En nuestros días, todo se politiza pero poco se logra, e impera un moralismo egocéntrico incapaz de pensar en la política en su dimensión colectiva: la figura que predomina es la de la víctima que demanda visibilidad y el resarcimiento de sus derechos violados o de su sensibilidad ofendida. Este es, ni más ni menos, que el destino de la celebración moderna del individuo, cuyo otro se asimila como enemigo negando su diferencia, obsesionado con el cuerpo y la imagen propia, afirmando su deseo propio sin culpa, en una sociedad depresiva y narcisista en la que predomina el culto al ego inflado. Mientras que las temperaturas de los océanos se incrementan y los microplásticos invaden nuestras cuerpas, la humanidad se hunde en un odio perpetuo por el otre.

Nos encontramos delante de una polarización visceral individualista o de derecha convertida en policía plural del pensamiento y de la libertad de expresión. Lo mismo desde las autoridades institucionales y estatales, que desde una masa de individuas ofendidas que acechan los espacios de debate, la libertad de expresión, los lugares de creación y diseminación de pensamiento y conocimiento. Las voces de autoridad o expertise, las obras de arte complejas, la expresión matizada del pensamiento, la movilización pro-palestina, están siendo canceladas, acusadas de, supuestamente, representar al suprematismo blanco o al heteropatriarcado, por ser ofensivas o por no estar lo suficientemente woke o despiertas. 

 

Irmgard Emmelhainz